Por José Núñez.
No se puede negar ni dudar la importancia que tiene, tuvo y tendrá el licenciado Danilo Medina como el principal hombre de la nación (hasta el 16 de agosto en la mañana) y el rol que le tocará desempeñar en el devenir político de los próximos meses y años, dentro y fuera de su partido como la figura preponderante, aunque no así como su principal activo electoral.
Es cierto que tiene que pasar el período de las pruebas después de haber estado en el Poder por un largo plazo, fueron ocho largos años corridos, y especialmente cuando a quién sustituyó también tuvo 8 años seguidos gobernando, o sea, a la gestión de Danilo Medina le tocó cumplir 16 años ininterrumpidos con su partido en el control casi absoluto de las cosas públicas.
Lo dicho anteriormente es tan así de correctísimo con el Presidente Medina, porque fue dos veces ganador en unas elecciones democráticas, y en sus mandatos de ocho años seguidos no perecieron las libertades públicas en el país, independientemente de que se presentaron uno que otro caso, pero los mismos fueron coadyuvados por nuestras debilidades institucionales.
Y es precisamente por lo que muchos al haber gozado y goza el señor presidente como es natural, de autoridad, tener admiradores y ahora entrar en la etapa de la soledad del poder, es lógico desde la condición humana traidora y de sus enemigos políticos, querer hacer «Del árbol caído leña».
Pero señores, repito, «No es correcto hacer leña del árbol caído», además es un trance que les sucede a todos los mandatarios cuando ellos o sus partidos pierden el poder a través de unas elecciones democráticas.
En un primer momento, al salir del Poder, sin excepción, la popularidad de los ex gobernantes tiende a caer en los niveles más bajos, incluso hasta siendo sus gestiones de gobierno bien valoradas.
Luego al transcurrir el tiempo, después de los seis meses o el año aproximadamente, las cosas comienzan a aclararse, pero hacemos la observación, que se aclaran para bien o para mal, porque sí la administración entrante encuentra cosas incorrectas o mal hechas y que fueron ocultadas o tapadas por sus antecesores, entonces se les pone la situación color de hormiga.
No se puede pasar por alto, que en los países con las características como el nuestro, es decir, subdesarrollados, donde las instituciones democráticas están haciendo pinino, cualquier presidente entrante, donde existen voces en demasías pidiendo cárcel para los exfuncionarios, justa o no, si no cunde la prudencia, hasta los potenciales culpables pueden parecer inocentes.
Es que muchas veces se procede judicialmente contra funcionarios públicos o ex funcionarios, con métodos y formas ilegales, convirtiéndose las mismas en abusivas, y también, irónicamente, en una oportunidad para los inculpados salirse con la suya, porque importó más el morbo del público que el elaborar los expedientes correspondientes; bien soportados en las acusaciones, con pruebas contundentes y veraces.
En este contexto es que no son justos ni mucho menos correctos los ataques al Presidente Medina, el cual termina su segunda gestión consecutiva de un gobierno con sus improntas y una buena ponderación por parte de la población, por lo menos ante del certamen electoral, independientemente de que no se estuviera de acuerdo por la gran mayoría con el candidato que él impuso, al señor Gonzalo Castillo.
Aunque por supuesto, reconocemos y apoyamos que dentro del respeto, todos tenemos derechos a hacer cuestionamientos y exigirles cuentas claras por sus acciones a los funcionarios públicos cuando están o han estado administrando, sin importar la jerarquía.
También, se observa que el gobierno se despide con cuestionamientos, especialmente de su segundo mandato, por el manejo de temas de denuncias de corrupción sin aclarar por varios funcionarios y el siempre recurrente tema del cual Danilo Medina al igual que casi todos los presidentes dominicanos, tampoco se pudo zafar; el querer atropellar (y él por segunda vez consecutiva) la Constitución para su propio beneficio. Eso fue y es una barbaridad.
Por lo tanto, independientemente de que sea un trago amargo entregarle la antorcha al contrario, básicamente cuando se piensa erradamente que su pupilo y el partido pueden ganar las elecciones a pesar de las malas estrategias implementadas con el ungido para que obtenga la nominación presidencial en la organización.
En este mismo orden, el tema de los cuestionamientos y las acusaciones de todo tipo, además de la soledad del poder donde la vileza de muchos aflora a flor de piel, y si como aderezo el estratega lince o líder político del grupo se comportó con fallas inadmisibles desde el principio hasta el final en el proceso electoral, quiérase o no, la salida del gobierno se transforma de algo que debería verse normal, en una verdadera desgracia, no para el país, sino para el partido y el grupo que controlaba el erario.
En conclusión, en un escenario así, en lo mínimo que se convierte salir del gobierno, es en una tragedia para los que realmente ostentaban y hacían gala de un poder con arrogancia.